Parece ser que en el espacio que ocupa este bar había antiguamente una barbería y antes que ésta, un servicio de berlinas (carros de caballos ligeros). La familia Pujadas lo adquirió para convertirlo en una confitería entre 1912 y 1913, según consta en el dietario del negocio, que aún se conserva. A partir de entonces la organización del local fue la propia de una pastelería: planta baja para la tienda, la vivienda en el interior y el obrador en el sótano. Estuvo en funcionamiento durante décadas en manos de la misma familia hasta que cerró en los años ochenta, momento en el que el local quedó abandonado y estuvo en desuso durante muchos años. En 1998 el establecimiento pasó a manos de dos jóvenes emprendedores, Núria Benet y Curro, que recuperaron y restauraron toda la decoración y reabrieron La Confiteria, ahora como bar de copas y comidas.En la fachada el local tiene dos puertas de acceso y tres escaparates de hierro y vidrio, junto a una decoración de angelitos de aire novecentista. La decoración de los escaparates se va cambiando continuamente y, si un mes muestra libros y fotos antiguas, al mes siguiente puede exhibir rompedoras composiciones artísticas. En el interior, todas las paredes están cubiertas por un aparador de madera con el fondo de espejo o vidrio al ácido y adornos de tipo geométrico, en los que predominan las líneas rectas formando ramos. Este mueble está coronado por unos paneles curvados rematados con motivos vegetales y con flores pintadas en su interior. Hay que señalar que antes de la última restauración, este aparador, ahora de madera vista, estaba cubierto por incontables capas de pintura. Por encima del mueble, hasta llegar al techo, encontramos unas pinturas al óleo sobre lienzo de paisajes bucólicos con figuras femeninas. No se ha encontrado ningún nombre que pudiera indicar quién colaboró en la decoración del establecimiento.
El mostrador de la antigua confitería tiene ahora la función de barra. Está prácticamente intacto, aunque se añadió un zócalo para darle más altura y se quitaron unos cajones de vidrio, las bomboneras, por su falta de solidez. Sobre el mostrador, en medio de la barra, se encontraba la antigua caja registradora de la pastelería, y dentro de la vitrina que se conserva se ha instalado el surtidor de cerveza. Entrando a la derecha, también se ha mantenido intacta, como elemento decorativo, la mesa de contabilidad, con una bonita mampara de vidrio. Actualmente, en el espacio interior, que era la vivienda y al parecer no tenía ningún tipo de decoración modernista, encontramos las mesas en las que sentarse y comer algo. En 1998 fue reformado y decorado de nuevo con un diseño totalmente contemporáneo que, sin embargo, consigue armonizar con la atmósfera de la entrada, a lo que contribuye un sensato aprovechamiento de los materiales originales: por ejemplo, las actuales puertas de los lavabos y la cocina son las que antes cerraban el pasillo de acceso a la vivienda interior desde la tienda.
La Confiteria destaca, independientemente de su encanto estético, por su buena carta de vinos y la calidad de los embutidos, quesos y patés que ofrece, cuya especialidad es el foie de la Marona. El ambiente del local varía según las horas: por la tarde es frecuentado por gente que quiere merendar o charlar tranquilamente, pero por la noche el bar se llena de una clientela muy diversa que busca tanto estar tomando copas hasta la madrugada como comer algo ligero al salir de alguno de los teatros del Paral·lel. Un entorno agradable, ambientado con una amplia y cuidada selección de música moderna. El establecimiento también realiza diversas actividades, acoge exposiciones cada dos o tres meses y organiza conciertos dentro del Festival de Jazz de Ciutat Vella.
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