Ruta del Modernismo de Barcelona
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Introducción al Modernismo
El Modernismo: entre el amor y el odio
El crítico de arte Francesc Fontbona cree, con razón, que el Modernismo se ha ido convirtiendo en «una especie de palabra mágica dentro de la cultura catalana», y que «algunos le han acabado concediendo, sin proponérselo, un carisma especial, como de emblema patriótico, absolutamente excesivo y desproporcionado». Sin embargo, nos equivocaríamos si creyésemos que siempre ha sido así, y nos sorprendería leer artículos de personas juiciosas, como Carles Soldevila, Josep Pla o Manuel Brunet, en los que exigen, por ejemplo, que se derribe el Palau de la Música por considerarlo una aberración arquitectónica. Este ejemplo constituye la punta del iceberg de una forma de pensar claramente antimodernista que influyó, de forma decisiva, en el pensamiento catalán entre los años veinte y los años cincuenta.
En medio de las relaciones de amor y odio desatadas en el transcurso del tiempo, la historia del Modernismo no siempre es fácil de datar.
La década de los ochenta
Alexandre Cirici Pellicer, historiador y crítico de arte de gran valía, situaba los inicios del Modernismo en Cataluña en el periodo comprendido entre 1880 y 1885, momento en el que se construyeron cinco edificios tan diferentes como la Casa Vicens, de Antoni Gaudí; el Museo biblioteca Víctor Balaguer, en Vilanova i la Geltrú, de Jeroni Granell i Mundet; la Academia de Ciencias, situada en la Rambla de Barcelona, de Josep Domènech i Estapà; las desaparecidas Indústries d’Art de Francesc Vidal, obra de Josep Vilaseca, y la Editorial Montaner i Simón -en la actualidad Fundació Tàpies-, de Lluís Domènech i Montaner.
Como decía el arquitecto Oriol Bohigas en un texto reivindicativo del Modernismo, este movimiento artístico «tiene en Cataluña una relevancia y una intensidad tan extraordinarias, y alcanza una personalidad tanto o más acusada y trascendente que la de los movimientos extranjeros, en cierto modo paralelos, como fueron el Liberty, el Secession, el Art Nouveau, el Jugendstil o el Modern Style.
El Modernismo buscaba, por una parte, la modernidad y, por otra, la regeneración cultural. Un núcleo de intelectuales que frecuentaba la redacción del semanario L’Avens fue el encargado de proporcionar contenidos al movimiento. No se limitaron a potenciar la arquitectura, piedra angular del Modernismo, sino que estuvieron presentes en la escultura, la pintura, las artes gráficas, la literatura, el teatro y en la recuperación de los antiguos oficios artesanales que tan bien supieron utilizar los grandes arquitectos.
El final del fenómeno se produjo entre 1910 y 1914, según el catedrático Joaquim Molas; en 1911 para el antes citado Oriol Bohigas; y entre 1909 y 1910 según la catedrática de historia del arte Mireia Freixa. En cualquier caso, lo que queda claro es que estuvo presente en la vida cultural durante una treintena de años, aunque algunas manifestaciones tardías, como la Casa Planells, de Josep Maria Jujol (1923-24), sean consideradas estelas modernistas.
Bruselas, Viena, Ålesund
Cuando se viaja por alguna ciudad que vivió también su momento modernista, es fácil establecer comparaciones, aunque los estilos sean muy diferentes. Si el Secession vienés es uno de los que cuenta con una personalidad más marcada, algunas casas del Art Nouveau de Bruselas podrían transportarse al paisaje barcelonés. Un caso interesante es la población portuaria de Ålesund, en Noruega, destruida por un incendio a principios del siglo XX y construida, como un regalo del káiser alemán, en tan sólo tres años, entre 1904 y 1907, lo que le confirió un perfil de Jugendstil que, como conjunto, es realmente único en el mundo. La época de esta reconstrucción coincide con la de máximo esplendor del Modernismo catalán, la primera década del siglo XX.
Los promotores
Los hombres y mujeres que hicieron posible el Modernismo formaban parte de un grupo social privilegiado de fabricantes, inversores, banqueros y gente recién ennoblecida que se había enriquecido gracias a la coyuntura de finales del siglo XIX, según ha escrito Dolors Llopart; una coyuntura a la que no era ajena la repatriación de capitales desde la isla de Cuba tras la pérdida de las últimas colonias por parte de España.
La manera más clara que tenían estos burgueses para distinguirse era encargar un edificio absolutamente nuevo en el Eixample, que se estaba urbanizando: lo consideraban un signo de distinción. La admiración o la envidia por una casa singular, como fue la de la familia Batlló, reformada por Antoni Gaudí, fue lo que motivó que Pere Milà encargara la construcción de su casa al mismo arquitecto y en el mismo paseo de Gràcia; de ahí nació la Casa Milà, conocida como la Pedrera. Las instituciones también quisieron levantar algunos edificios singulares en clave modernista, como el Hospital de Sant Pau, de Domènech i Montaner, o el templo de la Sagrada Família, de Gaudí.
Escultores como Josep Llimona, Miquel Blay y Enric Clarasó destacaron en la realización de estatuas modernistas. Posiblemente el Desconsol, de Llimona, en la antigua plaza de armas del Parque de la Ciutadella, y La cançó popular, de Miquel Blay, que cierra el chaflán del Palau de la Música, sean dos de las esculturas más representativas del fenómeno, pero no las únicas. El propio cementerio de Montjuïc y el de Poblenou son un escaparate constante.
Pintores como Ramon Casas y Santiago Rusiñol fueron la punta de lanza del Modernismo en su arte, y un café como Els Quatre Gats, habilitado en la planta baja de la Casa Martí, obra modernista de Puig i Cadafalch, en la calle Montsió, acogió a aquellos que creían a pies juntillas en los mandamientos del arte nuevo. Algún cartel de Picasso no desmerece del calificativo de modernista que se ganaron los más conocidos de Alexandre de Riquer y Adrià Gual.
Al igual que los carteles, también destacaban las portadas de algunos libros, impresos por editoriales como Montaner i Simón, y revistas como, por ejemplo, Pèl & Ploma, Joventut, Hispania, Garba, etc. En literatura, dos de los momentos culminantes del Modernismo escrito se vivieron con la publicación de Els sots feréstecs, de Raimon Casellas, y Solitud, de Víctor Català. La representación en Sitges, en 1897, de La fada, obra de Jaume Massó i Torrents, director del semanario L’Avens, significó un hito para el teatro simbolista, que iba de la mano del Modernismo.
Las artes menores
Seguramente el concepto de arte menor sea equivocado, pero se ha utilizado durante tanto tiempo que sirve para poder entendernos. Joan Busquets representa, como pocos, ese momento excelente de recuperación de los oficios. Procedía de una saga de ebanistas, creó algunos de los muebles modernistas más valorados en su momento y fue, junto con el mallorquín Gaspar Homar, una de las máximas figuras del campo del mueble.
Sería difícil no incluir entre las bondades del Modernismo los famosos vidrios emplomados de colores. Una obra como las vidrieras de la Casa Lleó Morera, realizada por la empresa de Antoni Rigalt (Rigalt, Granell y Cia.), forma parte de los mejores ejemplos de las artes aplicadas en su momento. También destacarían los hierros forjados en el taller Manyach, las cerámicas de la fábrica Pujol i Bausis, los mosaicos de la Casa Escofet, las joyas de Lluís Masriera, o los bustos de terracota de Lambert Escaler.
La difusión del Modernismo estuvo ligada al cambio de siglo, seguramente por el impacto de la gran Exposición de París de 1900, y también estuvo vinculada a un buen momento económico de la burguesía catalana, que tenía la necesidad de dar personalidad a la propia vivienda. Era como un triunfo social, y en revistas como Il·lustració Catalana solían publicarse ejemplos de las casas nuevas de la burguesía como novedades positivas del desarrollo urbano.
Otro aspecto no siempre reivindicado, pero importante en la vida cotidiana, es la introducción de mejoras domésticas, tales como los cuartos de baño y los lavabos, además de los mosaicos de la cocina y la extensión del uso del lavadero. No todos tuvieron la belleza del desván de la Pedrera, de Gaudí, pero la higiene y la comodidad agradecieron los avances propuestos por muchos arquitectos modernistas.
Decadencia y reivindicación
El Novecentismo fue virulento con el Modernismo, al que vino a suceder. Consideraba de mal gusto las representaciones más llamativas del movimiento ahora denostado, y muchas tiendas y comercios fueron transformados y reformados con una forma más austera, discreta y, por qué no decirlo, aburrida. Disponemos de algunas fotos para saber cómo eran el cinematógrafo Diorama o el Cafè Torino, por citar dos de los muchos negocios que pasaron a mejor vida.Durante muchos años, ni siquiera Gaudí se salvó del desprecio generalizado y fue necesario esperar para asistir a su reivindicación. Alexandre Cirici escribía en 1948: «Cuando preguntamos sobre el Modernismo a personas que lo promovieron, topamos, salvo en contadas ocasiones, con las evasivas de la vergüenza, de una especie de arrepentimiento que querría echar tierra sobre el asunto. En cambio, cuando hablamos con gente de la generación que no llega a los 30 años, a menudo encontramos personas que sienten una gran estima e interés por él.”
Pocos textos resultan más reveladores del momento de posguerra, cuando poco a poco se fue revalorizando el Modernismo. Esto no impidió que, entre 1966 y 1968, se derribase la bonita Casa Trinxet, de Puig i Cadafalch, y que fuera necesario luchar para que no pasase lo mismo con la Casa Serra, también de Puig i Cadafalch, o con la Casa Golferichs, de Joan Rubió i Bellvé.
En 1968, con una gran exposición y con la publicación de Arquitectura modernista, de Oriol Bohigas y Leopold Pomès, empezaron a volverse las tornas y la estima y el interés apuntados por Cirici como signos distintivos de las jóvenes generaciones prepararon el terreno para la recuperación de un movimiento artístico genuinamente catalán. El Modernismo había provocado amores y odios que fue necesario dejar de lado para poder contemplarlo como lo que es, un gran momento artístico e ideológico.
Un texto de Josep M. Huertas Claveria
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